BRITO, Marcos: Pescadoras, marchantas o barqueras. Vendedoras de pescado en el Sur de Tenerife. 2016. Formato 28 x 21 cm. 160 páginas. 180 fotografías antiguas. 

ISBN: 978-84-944012-1-3

La presencia de la mujer en la comercialización de la pesca es lo que se relata en Pescadoras, marchantas o barqueras. Vendedoras de pescado en el Sur de Tenerife. Se ha anudado a través de sus evocaciones, en las que han rememorado sus periplos, sus andares por tortuosos caminos, las vicisitudes por las que transcurrieron sus idas y venidas, con la carga a la cabeza. Mujeres de los Municipios de Adeje, Arico, Arona, Granadilla de Abona, Guía de Isora, San Miguel de Abona, Santiago del Teide y Vilaflor de Chasna, que llegaban a todos los rincones desde la costa a las medianías o a la Banda Norte. 

La mujer era la responsable de la venta de la pesca, del mantenimiento de la casa, además de otras tantas ocupaciones, como el marisqueo, raspado de la sal, mantenimiento de las artes de pesca, o en la pesca. Faenas desarrolladas en momentos de extrema dureza, con escasos recursos y sin las infraestructuras mínimas, lo que subrayaban aún más el aislamiento que se padecía en este Sur. 

La lista de las mujeres que se dedicaron a este quehacer, ha sido interminable; humildes mujeres que acarreaban el olor y el sabor de la mar, a la tierra. Tarea que no tuvo edad, las había desde niñas a ancianas, con sus voces tronando por el empedrado de los caminos. Gracias a los recuerdos de sus protagonistas, los archivos de la memoria quedan abiertos para conocer nuestro pasado, para salvaguardar nuestra cultura.

BRITO, Marcos: Pescadoras, marchantas o barqueras. Vendedoras de pescado en el Sur de Tenerife. 2016.

Preliminares
La presencia de la mujer, las funciones que desempeñaron en la comercialización de la pesca, además de otras tantas labores que tenían que compaginar, es lo que se ha intentado recabar en Pescadoras, marchantas o barqueras. Vendedoras de pescado en el Sur de Tenerife. Elaborado a través de las aportaciones de sus vivencias, vertidas por estas mujeres que trasladaban los aromas de la mar, tierra adentro.

Labores que se desarrollaron en unos momentos de extrema dureza, con escasos recursos y sin las infraestructuras necesarias, como en educación o en comunicaciones, que subrayaban aún más el aislamiento. Una vida cotidiana marcada por restricciones de lo más elemental, como los alimentos, de los que apenas se disponía para lograr una mínima subsistencia. Y todos esas múltiples quehaceres para alcanzar los recursos en el mantenimiento de la casa, desde la búsqueda de agua, y acarrearla desde pozos, barrancos, atarjeas o eres; o la leña para encender el fogal, de cualquier chamizo. Y tantas y tantas tareas domésticos que se realizaban una vez que se regresara de la venta del pescado.

Fueron las responsables de situar las capturas en el mercado, en cualquier lugar que estuviese, de una forma dinámica. Producto perecedero que necesitaba estar en las manos del consumidor casi al mismo tiempo que llegaba a la costa. Pesca artesanal que había que intentar vender en fresco y si no era posible, secarlo, transformarlo en jareas. Comercialización que se efectuaba con estrategias de mercado, desde ajustar el precio a compradoras habituales, pago aplazado, intercambio, desplazamiento a zonas con compradoras fieles, adelantarse a otras vendedoras que frecuentaban el mismo lugar. Ellas eran las que regulaban el precio del mercado, bien por venta o intercambio.

La mujer era la responsable de la venta de la pesca y de gestionar la economía de la casa. Además de desarrollar otras labores como el marisqueo, raspado de la sal, colaboración en el mantenimiento de las artes de pesca, o en la obtención de carnada y en la pesca. El rol se establece desde la infancia, aunque se reseña el acompañamiento de niñas y niños con sus madres, los segundos van en compaña, pero las niñas se inician prontamente en la ayuda de la carga, según sus posibilidades, e incluso recorrer el camino en compañía de mayores y al llegar al punto de destino intentar la venta por su cuenta.

Lo frecuente era que las pescadoras, marchantas o barqueras, tuviera relación con la mar, sobre todo por lazos familiares, y que la costa fuese su hábitat. Pero además se ha encontrado un grupo significativo de mujeres alejadas de estas premisas, o bien que se integran en un grupo familiar relacionado con estas faenas, frecuentemente por matrimonio, o que en ciertos períodos, y sin otro modo de subsistir, acudieron a estas labores, contándose inclusive vecinas que iniciaban este andar los caminos partiendo desde las medianías.

Al introducirse los vehículos estas mujeres se fueron liberando de esta pesada carga. Primero fueron las guaguas, que aunque con horarios imprevisibles facilitaban el transporte en parte de su recorrido. Después pequeños vehículos propios, que en casos se compartía su uso. Y luego los intermediarios o la venta directamente en la zona, a pequeños consumidores o restaurantes. Pero generalmente ha seguido siendo la mujer la que gestionaba la venta. Se adquieren otros quehaceres, dedican sus esfuerzos en otros trabajos, además de las tareas domésticas, como la agricultura y la hostelería, labores que ya muchas de ellas compaginaban con la comercialización de la pesca. Son varios casos las que una vez dejan la venta de pescado han montado sus propios negocios, como pescadería o restaurantes.

Se recogen numerosos testimonios de estas vendedoras de pescado, que relatan con frescura y sentimiento los pormenores en su andar por aquellos penosos caminos. Labor para la que se partía desde las poblaciones costeras que se han ido jalonando en el Sur de Tenerife, y se llegaba a todos los rincones de las medianías, por muy alejado que se encontrara, incluso se prolongaba su recorrido a la Banda Norte. 

La lista de estas mujeres, que en un momento de su vida dedicara parte de su tiempo a esta labor, ha sido interminable; humildes mujeres que acarreaban el olor y el sabor de la mar, a la tierra. Quehacer que las llevó en busca del sustento, de cubrir las necesidades básicas en ese vivir día a día. Tarea que no tuvo edad, las había desde niñas a ancianas, con sus voces tronando por el empedrado de los caminos. Momentos a los que nos asomamos con el acompañamiento imprescindible de sus protagonistas. Gracias a los recuerdos que han contado, gracias a esas imágenes que rememoran los acontecimientos, los archivos de la memoria quedan abiertos para conocer nuestro pasado, para salvaguardar nuestra cultura. 

DOS ENLACES SOBRE JUEGOS Y JUGUETES

https://marcosbritom.blogspot.com/2015/12/juguetes-tradicionales-anclados-en-la.html

http://marcosbritom.blogspot.com/2013/12/soplos-de-juegos-y-juguetes.html